8/17/2012

9 razones para aceptar siempre una copa de vino

Publicado en La Mañana de Neuquén - 24/05/2012


Por JOAQUÍN HIDALGO
Estas son nueve de las razones por las que no rechazar nunca una o dos copas de tintos y blancos.

Ablanda la conversación.
 Lo sabe cualquiera que necesitó bajar un nudo por la garganta a la hora de hablar. Pero a diferencia de muchas bebidas alcohólicas, que noquean rápido, el vino hace este trabajo de forma lenta y envolvente. Toda una ventaja que un buen tiempista sabrá apreciar: partiendo con una copa en la periferia del tema, se irá acercando sorbo a sorbo, hasta que la complicidad brille en el meollo en cuestión y la conversación fluya ya sin obstáculos sobre la segunda o tercera copa.

Mejora la digestión. Esto es algo que ya sabían los antiguos, cuando se mandaban esos banquetes que trascendieron en la historia. Es que el vino, por su capacidad de barrer con las grasas de la comida, hace que una paleta de cordero o un asado a la llama sean fácilmente digeridos por el estómago. Y eso, para no hablar de la enorme ventaja que presenta una copa a la hora de enjuagar el paladar y renovar los sabores de la comida trago a trago.

Disminuye el colesterol. Existe una relación largamente probada entre los antioxidantes presentes en una copa de vino tinto –el resveratrol aportado por al uva- y la capacidad del cuerpo para evitar la fijación de grasas en el sistema circulatorio. De modo que acompañar una picada de fiambres con una o dos copas es garantía de consumo doblemente responsable: por la moderación y por el cuidado. No en vano Favoloro lo recomendaba siempre.

Previene las caries. Es raro encontrar catadores con caries, aunque no está del todo claro por qué. Ya lo detectaron en la Karolinstat Institut, de Suecia, cuando en 1991 estudiaron las dentaduras de los catadores oficiales del monopolio estatal de alcoholes, dedicados a probar unos 130 vinos semanales. Mientras que en los catadores los dientes se presentaban gastados por el trabajo –y la vida- ninguno tenía caries. Beber para creer.

Mejora el sueño. En tiempos en que la industria farmacéutica desarrolla lenitivos para una población ansiosa e insomne, ahogada entre cuotas de plasmas, inflación y miedos sinceros, los bebedores de vino sabemos que no hay mejor pista de aterrizaje en la noche que las dos copitas con las que acompañamos la cena. Pocas cosas relajan más que acabar un rico plato, echar el cuerpo hacia atrás en la silla y arrobarse en el sabor final del buen vino.

Es un excusa de encuentro. El vino es el sustituto del mate a la hora de comer. Es que calza como un guante en esa afinidad argentina de reunirse para picar, para beber, para hacer un asado, para lo que sea. Y una buena botella de vino, de esas que se compran cada tanto, es la excusa perfecta para aunar voluntades en la cocina, el quincho o el living y juntar a los amigos a pasar un buen rato.

Porque sofistica. Es una realidad que no resiste mucho análisis. Mientras que el whisky enfriando las sienes es de telenovela sin mérito y el Martini pertenece a series top con escenarios de rascacielos, la copa de vino, con su figura frágil y a la vez atractiva, aporta sofisticación de vida real y a la medida de quien la lleve. Nada más hace falta llevarla con elegancia y saber usar un par de términos con corrección, como taninos, guarda o reserva.

Hace crecer. Es típico entre los jóvenes que rayan los 30, que la cerveza ya no los seduce como solía hacerlo a los veintipico. Y no solo por un tema de sabor, sino porque a sus ojos es la bebida de los que todavía tienen granos en la cara. Ahí el vino se anota un poroto sin esfuerzo: para parecer más grande, basta con beberlo pausada y airosamente junto a las comidas.

Rejuvenece. Esa es otra de las gracias del vino, ya que como son muchas las bodegas en el mercado, están las marcas de viejo y las marcas de jóvenes. Todo el mundo sabe que el tinto que toma el abuelo con sus amigos no es el mismo que comparte un muchacho con su novia. De ahí que hay que saber mirar: hay botellas péndex, con ilustraciones, tipografías nuevas y estilos frescos y frutados, y otras más gerontes, con etiquetas de castillos, tipografías del siglo XIX y vinos evolucionados. Usted sabrá qué botella tiene el elixir de la juventud.

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